viernes, 14 de mayo de 2010

Me sabes a menta


Me sabes a menta

Bajo un cielo gris marengo,
dormita la tarde en la nublosa bóveda,
sus pinceladas a plomo y albero
esbozaban un recuerdo
en la antesala del anhelo.

Mis huesos se ciñen al esqueleto,
mis brazos atropellan los encuentros,
mis labios saborean el recuerdo
y el gusto enhebra agua salada de misterio.

Sus almendrados ojos
navegaban por mi rivera
son los espejismos en mi remanso,
sus manos de calizas
pincelan el atrio de mi espalda.

Es su cuerpo de amapola
el canto de mi plegaria,
y sus labios incendiarios
una marca y una llaga
que atormenta mi requiebro.

Ya su acero no es de hierro,
y su verbo a roído un hueco,
la cal calcifica mis venas,
y aquel musculo inquieto
arto de latir
se siente compungido y yerto.

Paseaba la añoranza
por la calle melancolía
y el impulso de mi garra
tildaba una puerta que no era mía.

La inquilina de aquella casa
en la sombra se desvanecía,
aunque los regueros de mi alma
todavía la poseían.

Sonaba su sonrisa
en los albores del camino
y su luz y su tierra
florecían las riveras del destino.

Ya su pasión sea destilado
y su fulgor quedo perlado,
pero todavía en las noche del verano
me agita el olor de las magnolias
y unos ojos desbocados
que se impregnan de la hierba.