sábado, 8 de enero de 2011

Llueve


Llueve


La tarde desmembrada
desmorona los ciclos del tiempo
y las horas van huyendo
en esta trayectoria invernal.


En el horizonte se pintan
algodones crises de vapor de agua
bañados con reflejos de oro,
antes que se ciegue el ciclope estelar.


silban los álamos plateados
en los surcos melancólicos del aire,
el sol inocula de brillo
el envés de sus hojas de albas blancas.


El aire se viste de distorsión y holganza
trasmutando al espacio su eco,
y a mis oídos llega
el retumbar lejano de un trueno.


El eucalipto se alza junto al ciprés
como llama enternecida al cielo,
horadando el firmamento infinito,
los abetos ruegan por un desvelo.


Las encinas negras
preñadas de perlas
atesoran capullos de cuero,
frutos leñosos con sombrero.


El campo se quiebra en la barrancada
entre la zarza y el duelo
respirando un ambiente oloroso
de tomillo, orégano y romero.


La jara el hinojo y la menta
me recuerdan dos ojos de almendra
sus iris llenos de misterio
liberan mi angustia y deseo.


Me estremece de nuevo el sonido del cielo
las nubes crises lloran empapando a la tierra
y de sus entrañas se vaporiza
el fervor inoculado de espliego.


Transitan en mí, sus pupilas felinas,
y la pasión se narcotiza de incienso,
volubles se impregnan mis ojos,
como el licántropo al hechizo de luna.


Y así yo perenne en la inducción verdecida
se ondulan los pliegues de mi pensamiento,
como una brisa fresca y marinera,
que es el aire de mi sustento.


Que me hace bogar a toda vela
hacia una estela, que se diluye con mi tiempo,
ay estrella marinera, ay hechizo de luna,
hoy el campo llora,
y yo me sustento con un ágape de menta.